Diari Més

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Marzo de 2019. Mi madre, de 92 años, está ingresada en el Hospital de Sant Joan. Yo, trabajo con el portátil y ella duerme detrás de la cortina que nos separa. Le quedan 15 días de vida, pero ni ella ni yo lo sabemos. Es extraño que hable, pero, de repente, en la penumbra, noto como su mano aparta la cortina y dice: «Quita esa canción. Me pone triste». No hay ninguna música. Salgo al pasillo, pero no oigo nada. Entonces caigo: está en su cabeza, ¡Oye la música que sale de su cerebro! Se pone a cantar «Toda una vida», de Machín: «...estariaaa a tu ladoo, no me importa en qué forma, ni cómo, ni donde...». Se duerme.

Aquel título de canción me hizo recordar cosas que me había explicado. Cómo se horrorizó cuando irrumpió en casa la Guardia Mora de Franco, destrozando y violando todo lo que encontraban. Los inviernos con los zapatos agujereados caminando hacia la fábrica durante los años 40, los del hambre. La comadrona gritándole cuando me tuvo en la cama de casa, una casa apartada donde pasaba miedo por las noches porque mi padre trabajaba. La muerte de Kennedy, la llegada del hombre a la Luna, el Servicio Social, la Singer, la achicoria, los Ideales del abuelo, los sabañones, los titulares de la Guerra Mundial, el Lute, Elena Francis, Guillermo Sautier Casaseca, Luis Mariano… he repasado la vida de mi madre y he pensado en las 11.000 madres y padres que mueren ahora en las residencias. Claro, es la pandemia, qué mala suerte, sí, pero también en la vergüenza que tenemos que sentir todos, ya sabemos por qué. Los de aquí, los de allá, los de arriba y los de abajo. No merecían morir. No merecían morir así, solos, porque todo lo que tenemos se lo debemos a ellos. Han muerto 11.000 vidas, 11.000 «Toda una vida».

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