Diari Més

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El sábado fui al Teatre Tarragona a ver la obra de Ramon Fontseré. Estaba expectante porque me habían dicho que era una crítica a esta enfermedad para unos, virtud para otros, que se llama «procesismo», hecha por algunos que son de un club que también acaba en «ismo». No soy crítico teatral y no tengo ni idea de política, pero hago como en La Sexta Noche: aunque no tenga ni idea, siempre opino de forma grandilocuente.

El sábado tenía el corazón dividido. Me supo mal que no se llenase el teatro y creo que es un error. Se tiene que hacer humor de todo, de los nacionalismos (el de Perpinyà y el de Madriz), de las banderas, de las desgracias, del tiempo o de los dictadores. Reírse de uno mismo es mejor ejercicio que el spinning. Pero, por otra parte, ya sabéis que yo quiero un referéndum con jamón pero sin tomate. Al Teatro Tarragona vi caras diferentes de las que veo habitualmente. No me refiero a Joan Pera, que -como los jubilados- está en todas las obras. Vi a gente de la Guardia Urbana, (¿cómo va lo de mi multa?), también ilustres abogados, como el Paco Zapater, que años atrás había defendido al Fontserè en «casa Marchena» cuando se marcó un Willy Toledo. O Pere Huguet, de Reus, por quien siento afecto desde que trabajé con su padre cuando aún no me gustaba el pan con tomate ni entendía el catalán. El Señor Ruiseñor es un espectáculo visualmente muy bonito, con un texto quizás no tan bonito. Por cierto, que quien lo petó fue el Quim Masferrer el sábado anterior con un talante muy «diferente». Ayer me di la vuelta, y en el asiento de detrás… ¿Quién había? Efectivamente, el Quim, no, el Torra no, el Masferrer, que venía a hacer de «Foraster» sin cámaras.

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