Diari Més

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Vosotros, que tenéis pelas, vais de vacaciones a lugares exóticos con nombres extraños, como Ushuaia o Bangkok. Yo soy más de ir a destinos más baratitos con nombres cortos, como León o Vic, donde lo más exótico que te puedes encontrar es un porrón. En uno de estos viajes me enamoré de un bonito lugar. Una explanada amarilla rodeada de árboles en uno de esos pueblos que salen de casa cuando pasa un coche, donde no hay bar y te perdonan el IBI. Pregunté en el ayuntamiento cuando había que pagar por aquel trozo de tierra abandonado. Me dijeron que ya me lo podía quedar, que en la guerra se habían perdido los papeles. Les di cien euros para las fiestas y me fui a clavar el paloselfie, como Colón en 1942. Me compré una tienda de campaña y una paellera bien grande y, hala, a mi territorio. Pero, al llegar, me encontré con un señor con unas ovejas pastando en mi tierra. Li pedí que se fuese de mi propiedad y empezó a reírse. «Sí claro, y seguro que la Iglesia también es suya.Mi padre emigró a América y me dio esta tierra, ¡no me jodas!».Empezamos a discutir sobre si aquella tierra era del Cid o del Conde de Peñalver y no llegamos a las manos porque hubiésemos muerto de frío sólo al sacarlas de los bolsillos.«Mi hermano es juez, vete preparando». «Pues mi abogado es Zapater, el Mesi del Código Penal».Después de un breve silencio, aquel hombre propuso: «Vamos a negociar esto al bar de Almarza». Y así acabo el asunto. La tierra se llamaría «El Cid del Peñalver», yo le llevaría calçots de Valls y menjablanc cada verano y él haría pasturar a las ovejas a cambio de una pequeña cantidad. ¿Cuánto? 155 euros.

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