Diari Més

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He llorado cuando he visto salir de la estación de Salou el último tren antes de que se ponga en marcha una infraestructura que aleja a los plebeyos para favorecer a los patricios. Si seguimos así, es probable que, en un futuro, las líneas de tren las hagan los sabihondos pintando una línea recta entre Madriz y Barna. Y si toca que la estación esté en Torroja del Priorat, pues te jodes. El primer edificio de Cataluña donde estuve fue aquella estación. Era un niño de once años y dejaba atrás el pasado en Andalucía para mirar al futuro. En la acera aparcó un Seat 600 donde apretamos con dificultad todas las maletas de toda una vida. «El último tren» parece el título de una novela romántica y yo, de joven, me enamoré en el bar de aquella estación. En 1986 unos tíos míos se compraron un apartamento junto a la vía de Salou. Aquellos terremotos del paso del paso del tren se amortiguaban con las promesas de que «pronto» la quitarían. Este «pronto» han sido… 33 años. La alegría de mis familiares contrasta con mi tristeza por ver como aquella estación queda abandonada, o quizás, en unos años, convertida en un McDonald’s o un «puticlub». Esperemos que los superingenieros pongan en marcha un medio «para los pobres», no para los que quieren viajar rápido pagando 150 euros. En la política, como en la justicia, todo va lento, ¡Como si viviésemos 300 años! Políticos, ministros, subsecretarios… os daré una solución en 15 segundos: poned un tren lanzadera Tarragona-La Secuita. ¡Ya! Poned un tranvía que utilice la vía existente en la costa. ¡Ahora! «Hola amigos, soy Coco, os explicaré cómo se pone un tren sobre la vía. Se compra el tren y se pone sobre la vía». ¿Es fàcil? Pues seguro que tardan 33 años más.

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