Diari Més

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Como vivo en un quinto sin ascensor me hubiese gustado que me regalasen un inmueble. A Papá Noël no le ha salido de las bolas, pero me ha concedido una mesa (sin negociación), un armario (para salir de él si hace falta), cuatro sillas (lo que quiere Coleta’s Gang) y un despacho (lo que más valora un expresidente) y me tengo que buscar un guardamuebles porque la mudanza cuesta más que poner en marcha el parking de Jaume I. «Ahora entro en internet y miro precios», he dicho inocente. ¡Ja, ja! ¿Precios? Es más fácil saber a cómo va el gramo de crack en Harlem que te digan cuanto te pueden cobrar por un guardamuebles.

Primero he llamado a un hombre de unos –tirando bajo- 450 años al que se le cortaba la conversación porque estaba dentro del trastero. He colgado, porque parecía que estaba hablando con un alcalde tartamudo cuando le preguntas por qué suben el IBI. Después, he llamado a otro señor que probablemente llevaba gafas de sol dentro de un local oscuro, vestía una gabardina con las solapas levantadas, escondido bajo una gorra y con la carpeta del Villarejo. Cuando le he dicho la palabra tabú, «precio», la conversación parecía escrita por Pau Donés, el de Jarabe de Palo, que ahora se debe dedicar a alquilar trasteros. « ¿Cuánto me puede costar?» «Depende». I yo: «¿De qué depende?», «Del tamaño, la localización... ¿Cuánto tiempo lo quiere?». «Depende.» Diez minutos más tarde ha dicho: «Ya le enviaré un presupuesto». Ahora debe sacar la guija, invocar a Einstein y Stephen Hawking para que le hagan el cálculo. Así que si me veis cenando con la mujer en medio de la plaza Imperial Tarraco en una mesa de maderas nobles, seguro que estamos planeando matar a un guardamuebles. ¿No tendréis un poco de crack de Harlem? Si vas drogado te bajan la pena.

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