Diari Més

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Hoy es el día más peligroso del año para un autónomo. La sensación es la misma que si el 31 de julio saliesen los trabajadores por cuenta ajena -que tienen vacaciones- a decapitar freelancers por las calles, como zombis de The Walking Dead. Tengo la suerte que los/las que llevan el tema de las facturas son amigos/amigas y, si tienen que irse a las Islas Caimán o a Riudoms, me avisan por un canal privado que no controla el CNI. O sí. Entonces, en casa, se pone en marcha el departamento de contabilidad a toda leche. Llegar cinco minutos tarde representa que hay más posibilidades de que en agosto entre una de «Podemas» de ministra, que no que entre un duro en mi cuenta. Así que grito por vía interna: «¡Nenaaa! ¡Las facturas!» y ella, como una buena crupier, reparte las cartas. En los mails escribo «que pases buenas vacaciones», pero realmente estoy pensando: «¡Paga antes de irte!».

Eso de las vacaciones me parece extraño. Ayer hice la prueba. Me fui a la playa por primera vez en tres años. Me senté en una toalla a ver como dos imbéciles franceses jugaban a la pelota delante de mí. Me puse crema, vi pasar el expreso de Extremadura por la vía del tren, al lado del «Corasón», aquel lugar de pecado donde tomábamos cubatas hace veinte años. ¡Para eso sí que valía la pena ir a la playa Larga! Y pasó lo que estaba previsto: me aburrí. Cincuenta minutos después volvía a casa lleno de arena y crema, y me preguntaba qué encuentran los de Soria o Mollerussa en esa extraña afición. He ido a la biblioteca, con aire acondicionado gratis, he leído cuatro revistas gratis y he aparcado la moto en la puerta gratis. ¡Eso son vacaciones, coñe!

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