Diari Més

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Yo era un niño travieso que lo quería saber todo de la vida. ¡Y rápido! Era un coñazo. Para quitarme de encima, mis padres negociaron con unos payeses de Falset que pasase temporaditas por allí. Y así fue como a medida que conocía la vida, descubría el Priorato. Con la Quartera y su pastelería, la Falbar, donde hacían camisas, aquella piscina recién inaugurada, aquel viejo autobús que me llevaba desde la estación al Hostal Esport… En aquellos días me habían regalado un reproductor de casetes. Con el aparato venía a modo de muestra una cinta de bossa nova de Joao Gilberto. Recuerdo aquel burro que iba más lento que Rodalías y, encima, al pequeño Moisés con aquel reproductor de música al cuello. Aquel ritmo acompasado rompía el silencio de las viñas por la carreterita de árboles de Marçà que llevaba al campo de mis amigos. El Priorat era un mundo mágico.

A principios de los años 80 era vendedor de Autorecambios Reus y me enviaban a la zona del Ebre. Iba con un 131 Supermirafiori por aquella carretera de Móra y comía en la Rana Verde. Por el coche rodaba todavía aquella cinta de Joao Gilberto. Con aquella Garota d’Ipanema viajé a Cádiz y después a Canarias. Allí vivía en el piso 20 de un hotel y en el balcón me ponía aquella música brasileña que maridaba bien con aquel clima. El otro día decidí ir a Vinebre, a interesarme por el incendio. Conducía oyendo el «Chega da saudade», mientras mi mente recordaba el Priorat y la Ribera de hace 45 años. Joao Gilberto murió el sábado. Con él marcha parte de mi vida, y en Flix cinco mil hectáreas de corazón. Homenaje a la Ribera d’Ebre, al Priorat y a Joao. Tres mundos mágicos.

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