Diari Més

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Antes de escribir una opinión sobre el presidente de una Audiencia Provincial uno tiene que lavarse las manos, rezar una novena, dejar el alcohol y repasar aquello del Derecho al Honor en el Código Penal. Han jubilado al magistrado Antonio Carril. Cuando sus funcionarias me lo dijeron tuve una sensación agridulce, quizás triste. Por un lado se me hace extraño saber que ya no encontraré por allí a este gallego, pequeño por fuera y grande por dentro. Por otra parte, me alegra. Ahora lo entenderéis, porque os explico una intimidad que se define en dos palabras cortitas: somos amigos. Sí, ya sé que pensareis que es raro que un periodista amarillo haga excursiones o paellas con un presidente ¡de Pontevedra! De aquí la parte alegre del agridulce. Pocas cosas son tan bonitas -socialmente hablando- como que ilustrísimos magistrados y ciudadanos «pelaos» como yo podamos hablar de la serie Chernobyl o de un vino de la Rioja. Sí, sí, pesados, también hablamos del Supremo. A él nunca le ha importado que yo sólo tenga medio curso de Derecho, me trata como si fuese Martín Pallín.

Ayer le dije a Antonio que me hizo feliz saber que se había jubilado, a pesar de la tristeza de no encontrarlo en su despacho. Dejar el trabajo después de 50 años de escribir sentencias, con la conciencia tranquila y satisfecho de la labor hecho, tiene que ser más gratificante que una absolución cuando has matado a tu suegra. ¡¡No lo hagan en casa!! Si Tarragona aún no lo ha hecho, yo, el Moisés que te entrevistó hace 30 años, lo hace en nombre de la ciudad y de los periodistas: Gracias, Antonio. Que tu jubilación sea tan larga como algunas instrucciones de cuando estabas en el Juzgado número 1. ¡Ep! Voy pidiendo ya el indulto.

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