Diari Més

Confinamiento en la clausura: los monjes del monasterio de Poblet

Los 27 monjes que viven allí y trabajan aplican las medidas de distanciamiento social

Desde el pasado sábado el monasterio y la hospedería están cerrados a las visitas. Mantienen abierta una capilla externa.

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La vida de los monjes de clausura de la orden cisterciense es la misma en el interior del Monasterio de Poblet, a pesar del Estado de Alarma decretado el pasado domingo. Las puertas, eso sí, permanecen cerradas de par en par desde el sábado y, en las antiguas paredes del edificio donde vive la comunidad de la orden cisterciense, ya no resuena el leve rumor de los grupos de turistas y las explicaciones de los guías que los conducen por las dependencias visitables del monasterio. Alguna cosa más ha cambiado en las rutinas de la norma delora et labora , la cual rige los día a día de los monjes. Los 27 religiosos están aplicando las nuevas reglas de distanciamiento social que se llevan a cabo en la calle a raíz de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus.

«Las medidas las tomamos ya el sábado. Vamos la hospedería, ya que se cancelaron todas las reservas y dejamos de celebrar la eucaristía con los fieles. Estuvimos pensando qué hacer con las visitas turísticas, pero acto seguido el gobierno decretó el confinamiento y se cerró el monasterio», explica Padre Abat de Poblet, Octavi Vilà. Mantienen, eso sí, una capilla externa abierta «por si alguien necesita hablar o confesarse», dice.

El más joven de los veintisiete monjes tiene treinta y siete años y, el mayor, noventa y cuatro. La media de edad es de más de sesenta años y, por lo tanto, población de riesgo ante la amenaza del COVID-19. «Intentamos, dentro de nuestras posibilidades, que los mayores estén protegidos al máximo. Tenemos una enfermería y cuatro habitaciones preparadas para llevar a cabo el aislamiento si alguien resultara infectado. Pero, a estas alturas, no ha sido así. Hay alguien constipado, pero es un resfriado común y estamos en contacto con el Centro de Asistencia Primaria de la Espluga de Francolí. Así y todo, evitamos el contacto y, entre nosotros, mantenemos ahora la distancia mínima de un metro y medio», explica Vilà.

Este distanciamiento se mantiene en los momentos en que la comunidad comparte espacios. «Seguimos celebrando la Eucaristía, pero no nos damos la Paz. No bebemos del cáliz, sino que mojamos el pan. Los momentos que compartimos se producen durante la plegaria y las comidas. El resto del día cada uno hace su trabajo y, como mucho, pueden ser dos los monjes que hagan un trabajo concreto», detalla Padre Abat de Poblet.

Los monjes no niegan que se consideran «unos privilegiados». «Evidentemente disponemos de muchos metros cuadrados para movernos», dice Vilà.

La clausura no es un obstáculo para estar al día sobre la actualidad y todo lo que sucede más allá de los muros del Monasterio de Poblet. La comunidad cisterciense dispone de televisión, aunque no la utiliza mucho, y los monjes tienen acceso a Internet a través de sus ordenadores. «Estamos informados de todo lo que está pasando. Miramos como suben las estadísticas de los afectados en la web del Departament de Salut y a la de otras instituciones, también recibimos información del Arzobispado de Tarragona o de la orden», afirma Vilà. Reconoce que el COVID-19 y el estado de confinamiento de todo el país es también el principal tema de conversación dentro del monasterio.

Sin embargo, para paliar la preocupación hacia el estado de sus familiares «hemos intensificado un poco más la comunicación con ellos». De hecho, la familia de uno de los monjes vive en Igualada, uno de los municipios en total aislamiento, donde se concentra uno de los principales focos de contagio en Cataluña.

«Queremos que la gente sepa que estamos pensando y rogando mucho por los afectados. Pedimos superar esta situación con el mínimo de costes humanos y de cualquier otro tipo. Nos sentimos muy cerca», añade Vilà.

Detrás de las puertas cerradas del Monasterio de Santa Maria de Poblet, los monjes seguirán manteniendo las nuevas normas de distanciamiento social hasta que el coronavirus deje de ser una amenaza. Mientras tanto, cada día a las doce del mediodía –la hora delÁngelus –, hacen sonar las campanas para invitar a rogar las personas que están confinadas en casa, una iniciativa de la Conferencia Episcopal Española que se da a muchas iglesias de todo el país mientras dure la alarma sanitaria por el COVID-19.

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