Diari Més

Khaled, la historia de cinco años de huida de un joven sirio

Cristina, una estudiante de Medicina de Constantí, relata su experiencia en Grecia

Cristina de la Fuente y Khaled se conocieron en el campo de refugiados de Termopilas en una experiencia humana que ha sido inolvidable.

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Cristina abre los ojos como platos y se acelera hablando de la experiencia que ha vivido en Grecia. Ella es una estudiante de Medicina, de Constantí, a la que el corazón la impulsaba a ayudar a los otros desde que era una niña. Dice su madre que eso impulsó su vocación hacia la Medicina. Ahora, después de pasar unos meses como voluntaria en Termopiles, en un pequeño campo de refugiados, en Grecia, ya no puede volver a quedarse sentada mirando a los refugiados en el telediario. Ella tiene que estar con ellos. Es una necesidad. Casi una droga.

El campo de refugiados era un hotel abandonado, justo en medio de la nada. Su tarea era la de apoyo sanitario, pero hacía de todo: reparto de comida, actividades con los niños... lo que fuera para mantener a aquellas personas a las cuales la vida se había oscurecido, entretenidas en alguna cosa que no les hiciera pensar mucho.

«Me encontré con jóvenes derribados por lo que habían visto a la guerra en Siria, síndromes posttraumáticos que provocaban ataques que estremecían». Las historias que explica Cristina estremecen también. Entre ellas, las que narra gente que tenían una vida normal en su país, un país que aman y al que, la mayoría preferirían volver cuando acabe la guerra, contradiciendo eso que muchos piensan que lo que quieren es entrar a Europa para quedarse.

Entre los refugiados, Cristina hizo amistad con un joven de 23 años, Khaled, le prometió explicar su caso en el mundo. Quiere que Diari Més explique de primera mano como es la vida de estas familias que han visto morir a padres, hijos, amigos y que no quieren nada, ni esperan nada de nosotros, únicamente que la guerra que les ha hecho marcharse acabe de una vez. De una puñetera vez, que dirían muchos implicados en este sin sentido, porque la irresolución internacional ya indigna.

Ahora, dejamos callada a Cristina de la Fuente –cuesta, porque le gusta hablar tanto como ayudar– y oímos la voz de un Khaled que ha querido escribir en unos folios como han sido los últimos cinco años de vida, pero tendrían que escribir un lustro de muerte y penalidades. Ella dice que sólo es una intermediaria, que no es la protagonista, pero nosotros creemos que también lo es, porque historias como las de este joven sirio se perderían si no fuera por personas como ella. Ahora, quedará, como mínimo, en una hemeroteca para que después de años, se pueda revivir esta tragedia.

Khaled era una «persona normal», dice, a la que el régimen de Al-Assad quiso reclutar en su ejercito para luchar. Pero él, que se dedicaba a personalizar coches de lujo, tenía claro que no mataría a nadie. Ni de su bando, ni de los otros. No podría digerir nunca la muerte de centenares de personas. Por eso decidió marcharse de Damasco. El ejército lo perseguía y se escondió en un pueblo a unos 200 kilómetros de la capital donde los soldados rebeldes impedían la entrada de los perseguidores. Pero no tardó mucho en tener que marcharse porque el ejército entró finalmente dónde se encontraba y se tuvo que marchar a las montañas. «Permanecí en aquel lugar tres años. Sí, tres largos años. Dormía entre los árboles y comía lo que encontraba o cazaba».

Herido por los tiros de los soldados

El tiempo pasaba y Khaled quiso visitar a su familia en el pueblo, así que volvió. Pero allí todavía estaban los soldados, que le dispararon y lo hirieron. Sin embargo, pudo llegar a su casa, y la familia lo cuidó, pero no pudo ser atendido por un médico. Estuvo oculto un año, sin poder salir de su habitación. El miedo a que sentía no era por él, sino por lo que podrían hacer a su familia si sabían que estaba allí. Tenía que salir de allí con urgencia. Así que intentó salir del país de forma legal. Cuando fue a recoger la documentación, fue retenido con la obligación de ingresar en el ejército. «Tuve que pagar una gran cantidad de dinero para poder salir de aquella oficina y que no me retuvieran», explica Khaled. Acompañado de un primo decidió salir del país.

En Homs simuló que era soldado, equipándose con uniforme y armas. La familia fue a despedirse de él, sólo tuvieron cinco minutos por decirse adiós. Salir del país ya era cuestión de dinero: «Tenía que pagar cantidades desorbitadas de dinero. Así funciona allí la mafia». Las calles estaban llenas de estos negociadores, explica el joven en su relato. Khaled fue introducido en una caja estrecha y sin aire ubicada bajo el motor de un camión. En aquel tipo de ataúd viajó durante las cuatro horas que tardó en hacer sólo 46 kilómetros hasta Hama. Vomitó a lo largo del trayecto, no podía moverse y respiraba con dificultad. Salir de allí fue descrito por este joven como recibir un millón de euros y volver a la vida.

Pagar de nuevo para ir a Adlib. El precio pactado no era respetado, pero o pagaba o no avanzaba... De nuevo en otro cajón a sobre de un vehículo. «Dos horas me parecieron 2.000 años psicológicamente», explica. La huida continúa hasta la frontera en Turquía. La ruta continuaba por Antakya, Bursa, Anika... Pagó 6.000 euros para ir de Izmir a Didim; 4.000 más para avanzar a Akçay. Entrar en Grecia significaba pagar casi 7.000 euros. Viajes en furgoneta con gente vomitando y mareados. La policía turca los detuvo dos veces. La historia hiere: Patera con 70 personas dentro, niños incluidos. El piloto de la embarcación saltó al agua cuando llevaban 50 metros de travesía. Quedaron solos. El camino hacia Grecia se veía incierto.

Su primo simuló ser un habitual navegador –para tranquilizarlas– y consiguió continuar. Necesitaban a un líder, y ya lo tenían. En la isla de Chios, la policía griega pegó a su primo. Khaled cayó al agua, pero su salvavidas lo dejó a un niño. Después de pasar por Atenas, fue llevado en autocar a Termopiles, en el hotel donde Khaled conoció a Cristina. Le han disparado, ha visto salir la sangre de su cuerpo sin un médico al lado, ha viajado en espacios de 20 centímetros y ha estado a punto de ahogarse. Pero el destino, o lo que sea, ha permitido que viva para explicar su calvario. Dice que los refugiados ya no salen a los medios de comunicación. Cristina ha puesto su grano de arena para que eso no pase. Khaled ya está en España. Suerte.

Cristina de la Fuente y Khaled se conocieron en el campo de refugiados de Termopilas en una experiencia humana que ha sido inolvidable.

Khaled, la historia de cinco años de huida de un joven sirioCristina Aguilar

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